San Francisco y el Primer Pesebre

crecheDe joven, Francisco de Asís era aficionado a los bienes materiales, sobre todo a los hermosos atuendos de la tienda de su padre, que era un acaudalado mercader. Un biógrafo describe al joven, apuesto y alegre Francisco como «el rey de la juerga».

Eso cambió cuando a los 20 años participó en una escaramuza con una ciudad rival. Lo capturaron y lo mantuvieron prisionero durante más de un año. Regresó a casa muy debilitado a causa de una grave enfermedad.

En algún momento de su tribulación Francisco tomó conciencia de que la vida era algo más que placeres frívolos. Llegó a la conclusión de que la satisfacción auténtica estaba en amar a Dios y hacer lo que Él quería que hiciera: amar a su prójimo.

Fue desheredado por su padre por repartir los tesoros de la familia. Renunció a los pocos otros bienes y privilegios que tenía y se dedicó a recorrer la campiña improvisando himnos en el camino. Otros seguidores, atraídos por su sinceridad, celo y alegría, se unieron a él e hicieron votos de pobreza. Fueron los albores de la orden franciscana.

A Francisco le gustaba toda la gente, desde los ricos y poderosos en sus palacios hasta los mendigos de las calles. También amaba mucho a los animales. Se dice que hasta podía comunicarse con ellos. También se cuenta que en cierta ocasión domesticó a un lobo feroz que aterrorizaba a los aldeanos de Gubbio (Italia), y que solicitó al Emperador que promulgara una ley por la cual en Navidad se debía dar mayor cantidad de alimentos a todas las aves y las bestias, así como también a los pobres, «para que todos tuvieran ocasión de regocijarse en el Señor».

Francisco se dedicó a buscar nuevas formas de comunicar llanamente las verdades divinas. Durante la temporada navideña de 1223, mientras visitaba la aldea de Greccio, se le ocurrió la idea de retratarle a la gente cómo debió de ser el rincón en que nació Jesús. Encontró una cueva en una colina cercana a la aldea y la convirtió en un rústico establo.

En su libro Vida de San Francisco de Asís, San Buenaventura (muerto en 1274) relata lo que sucedió después: «Hizo preparar un pesebre con el heno correspondiente y mandó traer al lugar un buey y un asno. Son convocados los hermanos, llega la gente, el bosque resuena de voces y aquella noche bendita, esmaltada profusamente de claras luces y con sonoros conciertos de voces de alabanza, se convierte en esplendorosa y solemne. El varón de Dios [S. Francisco] estaba lleno de piedad ante el pesebre, con los ojos arrasados en lágrimas y el corazón inundado de gozo. Predica después al pueblo allí presente sobre el nacimiento del Rey pobre, y cuando quiere nombrarlo, transido de ternura y amor, lo llama “Niño de Belén”».

A San Francisco se lo considera también el «padre de los villancicos», pues fue el primero en incluirlos en los cultos de Navidad. De niño, es posible que Francisco aprendiera más de los trovadores —cantautores de canciones populares— que de los sacerdotes de la escuela de San Jorge en Asís, donde su padre lo envió a estudiar. No resulta sorprendente, pues, que la música alegre se convirtiera en una de sus formas predilectas de culto. Esa alegría era contagiosa, y todavía lo es.

Por Curtis Van Gorder