Un Deseo Mañanero

SunriseEl sol acaba de salir, es la mañana de un nuevo día, el primer día del Año Nuevo. ¿Qué puedo desear que el día de hoy, que este año, me pueda traer?

Nada que hará el mundo de otro ser​ mas pobre, nada en detrimento de los demás. Tan sólo esas pocas cosas que en su ​llegada  no se detienen conmigo sino que más bien ​me tocan, a medida que pasan y aumentan en fuerza:

  • Unos amigos que me entienden, y aún así, siguen siendo mis amigos.
  • Un trabajo que hacer, que tiene un valor real sin la cual el mundo se sentiría más pobre.
  • Un retorno económico adecuado de ese trabajo  para no gravar excesivamente a nadie que pague.
  • Una mente sin miedo a viajar, aunque el camino sea desconocido.
  • Un corazón comprensivo.
  • Una vista hacia las colinas eternas y el mar abierto. Ver algo hermoso hecho a mano.
  • El sentido del humor y la capacidad de reír.
  • Un poco de tiempo libre, sin nada que hacer.
  • Unos momentos de calma, en meditación silenciosa, sentir la presencia de Dios.
  • Sobre todo, la paciencia para esperar la llegada de estas cosas y la sabiduría de saberlo cuando llegan.

W. R. Hunt

El Sultan y el Diablo

Una antigua leyenda oriental cuenta que un gran sultán –cuya devoción a Dios era harto conocida– se quedó una vez dormido y no despertó a tiempo para la hora de la oración. El diablo, viendo que pasaba la hora, se acercó a él y lo despertó, apremiándole a que se levantara de la cama y empezase a orar.
–¿Quién eres? –preguntó el sultán sobresaltado, limpiándose las legañas de los ojos.
–Ah, eso no importa –replicó la sospechosa figura–. ¡Lo importante es que te desperté a tiempo! ¡Si no, por primera vez en diez años, habrías faltado a tus oraciones! Y es que rezar es muy bueno, ¿no crees?
–Sí, eso es cierto –contestó el sultán con aire satisfecho–. No se me ocurriría perderme mi rato de oración. ¡Ni una sola vez! ¡Pero un momento! Creo que te reconozco… sí, tu cara me resulta conocida. Ah claro, eres Satanás, y ciertamente tu aparición tendrá algún propósito maligno.
–¡En realidad no soy tan malo como crees! –exclamó el intruso–. Después de todo, tiempo atrás yo era ángel.
–Eso no lo dudo –intervino el sabio sultán–; sin embargo, ¡tú eres el Engañador, sabido es que a eso te dedicas! ¡Por tanto te exijo en nombre de Dios que me digas por qué justamente tú quieres que me levante a orar!
–Bien –resopló el Diablo impaciente por la insistencia del sultán–; si es menester que lo sepas, te lo diré. De haberte quedado dormido, olvidando tus oraciones, te hubiera pesado mucho después y te habrías arrepentido considerablemente. En cambio, si continúas como siempre, diez años sin perderte una sola oración, ¡te sentirás tan satisfecho de ti mismo que será peor para ti que si hubieras faltado una vez a la oración y te hubieras arrepentido de ello implorando perdón a Dios!

¡A Dios le agrada mucho más nuestra falta mezclada con penitencia, que nuestra virtud sazonada con orgullo!