Seis Hombres y Un Elefante

6blindmenSeis eran los hombres de Indostán,
tan dispuestos a aprender,
que al Elefante fueron a ver
(Aunque todos eran ciegos),
Pensando que mediante la observación
su mente podrían satisfacer.

El primero se acercó al elefante,
Y cayéndose
sobre su ancho y robusto costado,
en seguida comenzó a gritar:
“¡Santo Dios! ¡El elefante
es muy parecido a una pared!”

El segundo, palpando el colmillo,
exclamó: -“¡Caramba! ¿Qué es esto
tan redondo, liso y afilado?
Para mí está muy claro,
¡esta maravilla de elefante
es muy parecido a una lanza!”

El tercero se acercó al animal,
y tomando entre sus manos
la retorcida trompa,
valientemente exclamó:
“Ya veo,” dijo él, “¡el elefante
es muy parecido a una serpiente!”

El cuarto extendió ansiosamente la mano
y lo palpó alrededor de la rodilla:
“Evidentemente, a lo que más se parece esta bestia
está muy claro,” dijo él,
“‘Es lo suficientemente claro que el elefante
¡es muy parecido a un árbol!”

El quinto, quien por casualidad tocó la oreja,
Dijo: “Incluso el hombre más ciego
es capaz de decir a lo que más se parece esto;
Niegue la realidad el que pueda,
Esta maravilla de elefante
¡es muy parecido a un abanico!”

El sexto tan pronto comenzó
a tantear al animal,
agarró la oscilante cola
que frente a él se encontraba,
“Ya veo,” dijo él, “¡el elefante
es muy parecido a una cuerda!”
Y así estos hombres de Indostán
discutieron largo y tendido,
cada uno aferrados a su propia opinión
por demás firme e inflexible,
aunque cada uno en parte tenía razón,
¡y al mismo tiempo todos estaban equivocados!

He aquí la versión de John Godfrey Saxe (1816-1887) de un antiguo cuento Hindú

 

El Sultan y el Diablo

Una antigua leyenda oriental cuenta que un gran sultán –cuya devoción a Dios era harto conocida– se quedó una vez dormido y no despertó a tiempo para la hora de la oración. El diablo, viendo que pasaba la hora, se acercó a él y lo despertó, apremiándole a que se levantara de la cama y empezase a orar.
–¿Quién eres? –preguntó el sultán sobresaltado, limpiándose las legañas de los ojos.
–Ah, eso no importa –replicó la sospechosa figura–. ¡Lo importante es que te desperté a tiempo! ¡Si no, por primera vez en diez años, habrías faltado a tus oraciones! Y es que rezar es muy bueno, ¿no crees?
–Sí, eso es cierto –contestó el sultán con aire satisfecho–. No se me ocurriría perderme mi rato de oración. ¡Ni una sola vez! ¡Pero un momento! Creo que te reconozco… sí, tu cara me resulta conocida. Ah claro, eres Satanás, y ciertamente tu aparición tendrá algún propósito maligno.
–¡En realidad no soy tan malo como crees! –exclamó el intruso–. Después de todo, tiempo atrás yo era ángel.
–Eso no lo dudo –intervino el sabio sultán–; sin embargo, ¡tú eres el Engañador, sabido es que a eso te dedicas! ¡Por tanto te exijo en nombre de Dios que me digas por qué justamente tú quieres que me levante a orar!
–Bien –resopló el Diablo impaciente por la insistencia del sultán–; si es menester que lo sepas, te lo diré. De haberte quedado dormido, olvidando tus oraciones, te hubiera pesado mucho después y te habrías arrepentido considerablemente. En cambio, si continúas como siempre, diez años sin perderte una sola oración, ¡te sentirás tan satisfecho de ti mismo que será peor para ti que si hubieras faltado una vez a la oración y te hubieras arrepentido de ello implorando perdón a Dios!

¡A Dios le agrada mucho más nuestra falta mezclada con penitencia, que nuestra virtud sazonada con orgullo!

Los Pacificadores

Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Mateo 5:9

Creo que todo sufrimiento es causado por la ignorancia. Las personas infligen
dolor a otras en su búsqueda egoísta de felicidad o satisfacción. Sin embargo, la
auténtica dicha proviene de una sensación de paz y plenitud, la cual a su vez debe
alcanzarse cultivando el altruismo, el amor y la compasión, y suprimiendo la
ignorancia, el egoísmo y la codicia. Tenzin Gyatso, xiv Dalái Lama

Para que haya paz en el mundo,
debe haber paz en las naciones.
Para que haya paz en las naciones,
debe haber paz en las ciudades.
Para que haya paz en las ciudades,
debe haber paz entre los vecinos.
Para que haya paz entre los vecinos,
debe haber paz en las casas.
Para que haya paz en las casas,
debe haber paz en los corazones.
Lao-Tsé (570–490 a.C.)

Si estamos en paz, si vivimos contentos, sonreiremos y nos abriremos como una
flor, y todos en nuestra familia, en nuestra sociedad entera, se beneficiarán de
nuestra paz. Thich Nhat Hanh (1926– )

Estar en paz con uno mismo es el medio más seguro de comenzar a estarlo con los
demás. Fray Luis de León (1527 – 1591)

La paz es un proceso de sanación que comienza con uno mismo, pero no termina
ahí. Gene Knudsen Hoffman (1919–2010)