Cómo Tomar Buenas Decisiones

Las decisiones perfectas se dan con muy escasa frecuencia. No obstante, siempre es posible tomar buenas decisiones que, aunque no tengan un desenlace de cuento de hadas, logran el mejor resultado que permiten las circunstancias.
Las personas que por lo general toman buenas decisiones no suelen actuar por impulso ni por intuición, ni se basan exclusivamente en su experiencia, sino que emplean alguna metodología, como por ejemplo esta:
Define la cuestión. Buena parte de la solución radica en el planteamiento del problema. Para ello conviene recurrir a las preguntas básicas del periodismo y tratar de responder al quién, al qué, al cuándo, al por qué y al cómo. ¿Por qué es necesaria la decisión? ¿Cuál es el objetivo? ¿Cómo podría la decisión influir positivamente en la situación? ¿A quién va a afectar? ¿Cuándo es preciso tomarla?
Adopta un enfoque positivo. Esfuérzate por ver la situación como una oportunidad y no como una contrariedad.
Enumera las distintas opciones. Cuantas más consideres, menos probable es que pases por alto la mejor solución.
Reúne información. Una investigación exhaustiva te conducirá a decisiones más acertadas. Además redundará en una mayor paz interior durante la ejecución de las mismas.
Sé objetivo. Si ya tienes una opinión formada sobre el asunto, es natural que quieras buscar pruebas que la confirmen. Eso está bien en caso de que tengas razón; pero si no puede apartarte de lo que sería la mejor decisión. Considera de buen grado soluciones alternativas y puntos de vista divergentes. Ten presente que el objetivo no es demostrar que tú tienes razón, sino tomar la mejor decisión.
Sé consecuente con tus principios. Si alguna de las alternativas compromete tus valores, elimínala de la lista.
Estudia las diversas opciones. Anota los pros y los contras de cada opción y sopésalos. Procura determinar los mejores y los peores resultados posibles de cada opción. Trata de ver si hay alguna forma de combinar varias soluciones prometedoras para lograr una realmente eficaz.
Toma una decisión. Una vez que estés convencido de haber dado con la mejor alternativa, adopta resueltamente esa línea de acción.
Cambia de rumbo si varían las circunstancias. Después que tomes una decisión y comiences a implementarla, puede que se presente una mejor opción. Entra entonces en juego lo que se ha denominado el efecto timón: el timón solo actúa una vez que la nave está en movimiento.
Consulta con Dios. Por último —aunque no por ello, menos importante—, ruega al Señor que te guíe en cada etapa del proceso. Él puede ayudar a salir de cualquier laberinto. Si le pides orientación, te la dará.

Escrito por Alex Peterson

Sean Perfectos

Por Charles Price

Por tanto, sean perfectos, así como su Padre celestial es perfecto.  Mateo 5:48; NVI
Si alguien nos dijera que tenemos que ser perfectos… ¡Ay! ¿Cómo lo hacemos? Sin embargo, eso es lo que Jesús nos dice en el sermón del monte: «Por tanto, sean perfectos, así como su Padre celestial es perfecto». A excepción de Jesús, nadie es perfecto, ni será perfecto. Entonces, ¿qué quiso decir Jesús?

Ser perfectos, en lo que Jesús dice, no significa que no se tengan defectos, como emplearíamos en la actualidad el vocablo «perfecto». Significa que cumplimos el propósito para el que fuimos creados. Por ejemplo, si tomo un bolígrafo y empezamos a escribir con él una carta, tal vez me pregunten: «¿Cómo es el bolígrafo?» Respondería: «Es perfecto». Lo que intento decir es que el bolígrafo cumple su cometido. No importa si es un bolígrafo de precio reducido o es uno muy costoso. Es posible que esté roto, que haya sido mordido y que solo tenga la mitad de tinta; sin embargo, es perfecto para el propósito para el que fue fabricado. Lo único que importa es que funciona.

Cuando Jesús dice: «Sean perfectos», nos pide que seamos aquello para lo que nos ha creado. Fuimos creados para ser semejantes a la imagen moral de Dios, de modo que nuestra vida exprese algo del carácter moral de Dios. Somos perfectos como nuestro Padre celestial es perfecto solo en la medida en que Su carácter se manifiesta en nosotros. No podemos hacerlo al imitar a Dios, sino solamente al expresarlo [a Él] en nosotros y por medio de nosotros.

En 1 Corintios 13:12, Pablo dice: «Ahora vemos de manera indirecta y velada, como en un espejo; pero entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de manera imperfecta, pero entonces conoceré tal y como soy conocido». En otras palabras, en esta vida jamás alcanzaremos completamente el carácter moral de Dios, pero el Espíritu de Dios obra en nuestra vida hacia ese objetivo final.

La perfección consiste en ser aquello para lo que Dios nos creó, y cuando Jesús dijo: «Sean perfectos», dice que a pesar de nuestros fracasos, pecados y quebranto, permitamos que Dios manifieste Su carácter en nosotros, dándonos una siempre creciente semejanza a Su imagen moral

El Sultan y el Diablo

Una antigua leyenda oriental cuenta que un gran sultán –cuya devoción a Dios era harto conocida– se quedó una vez dormido y no despertó a tiempo para la hora de la oración. El diablo, viendo que pasaba la hora, se acercó a él y lo despertó, apremiándole a que se levantara de la cama y empezase a orar.
–¿Quién eres? –preguntó el sultán sobresaltado, limpiándose las legañas de los ojos.
–Ah, eso no importa –replicó la sospechosa figura–. ¡Lo importante es que te desperté a tiempo! ¡Si no, por primera vez en diez años, habrías faltado a tus oraciones! Y es que rezar es muy bueno, ¿no crees?
–Sí, eso es cierto –contestó el sultán con aire satisfecho–. No se me ocurriría perderme mi rato de oración. ¡Ni una sola vez! ¡Pero un momento! Creo que te reconozco… sí, tu cara me resulta conocida. Ah claro, eres Satanás, y ciertamente tu aparición tendrá algún propósito maligno.
–¡En realidad no soy tan malo como crees! –exclamó el intruso–. Después de todo, tiempo atrás yo era ángel.
–Eso no lo dudo –intervino el sabio sultán–; sin embargo, ¡tú eres el Engañador, sabido es que a eso te dedicas! ¡Por tanto te exijo en nombre de Dios que me digas por qué justamente tú quieres que me levante a orar!
–Bien –resopló el Diablo impaciente por la insistencia del sultán–; si es menester que lo sepas, te lo diré. De haberte quedado dormido, olvidando tus oraciones, te hubiera pesado mucho después y te habrías arrepentido considerablemente. En cambio, si continúas como siempre, diez años sin perderte una sola oración, ¡te sentirás tan satisfecho de ti mismo que será peor para ti que si hubieras faltado una vez a la oración y te hubieras arrepentido de ello implorando perdón a Dios!

¡A Dios le agrada mucho más nuestra falta mezclada con penitencia, que nuestra virtud sazonada con orgullo!

¡A Navegar!

La vida es semejante a la navegación a vela. Muchos se conforman con navegar dentro de la seguridad de las ensenadas. Su vida nunca tiene rumbo; en cambio‚ otros ponen proa al horizonte y se aventuran mar adentro.

Se necesita fe para lanzarse a lo desconocido, para creer que Dios y Su Palabra es veraz y que Él te mantendrá a salvo y fijará bien tu rumbo. Esa fe se adquiere en travesías difíciles en las que sigues el rumbo que Él te señala y descubres que da resultado. Esta vida y su limitada existencia puede acarrear muchas preocupaciones, afanes y temores si das lugar a ellos.

En cambio, si aceptas Su amor y Su perspectiva de todo, empezarás a ver en cada obstáculo una oportunidad y algo positivo en toda situación negativa. Tendrás la fe para remontarte sobre los límites de este mundo y aceptar que hay un designio más sublime para tu vida, y que en definitiva es Él quien lleva las riendas. Cada prueba fortalece tu fe.

Las costas de Sus bendiciones no son visibles para quienes se quedan en el puerto y nunca se atreven a zarpar; hace falta fe para navegar hacia ellas. No hagas caso del incrédulo que nunca abandonó la seguridad de su puerto y afirma que no hay otras costas, no hay retos que afrontar ni nada que aprender. Sé el primero en zarpar, en dejar que Dios trace el rumbo de tu vida.